El Cairo.   

    Tras un ajetreado vuelo con aterrizaje de emergencia incluido, paseamos ahora por un Cairo mucho más tranquilo que las imágenes que los últimos días aparecían en las televisiones de Occidente. Éstas nos mostraban una capital convulsa tras la noticia de la absolución del dictador Mubarak.
   


    Pero casi cuatro años de bombardeo informativo con lo "peligroso" que puede resultar un viaje por el país, ha hecho que el turismo exterior prácticamente haya desaparecido y los principales reclamos turísticos tan sólo sean visitados por visitantes locales.



    Al igual que nos ocurriera en otros países musulmanes, nos llama la atención la cantidad de lencerías fashion que encontramos en la ciudad. Y nos cuesta imaginar a las opulentas cairotas embutidas en tan diminutas prendas.

Desierto de Occidente.


    Tratando de esquivar el caótico trafico de la capital, tomamos un autobús que nos conduce hasta Bawati, una localidad en el primer oasis de la ruta por el desierto occidental, desde donde empezaremos a pedalear.
    Por delante un terreno llano, largas rectas y pocas referencias que nos sirvan de estímulo visual, por lo que nuestras cabezas deben "aclimatarse" a este nuevo paisaje y evadirse en sus pensamientos en las infinitas rectas.
    Abstenerse los que sufran de agorafobia!!!


    Olvidamos que hemos dejado atrás la capital y que hasta estas tierras se acercan pocos turistas. Seguimos con ese "escudo defensivo" que nos lleva a dudar de la honestidad de la gente. Pero una vez más los habitantes del desierto nos dan una lección de hospitalidad:
    Paramos a tomar algo en lo que parece una tienda-restaurante al borde de la carretera. Una sopa, un té, unos tomates y naranjas para el camino... Preguntamos con cierto temor el precio, pero para nuestro asombro, Asma (la mujer beduina que regenta el lugar) no quiere cobrarnos nada, e insiste en que nos quedemos en su casa. Perseveramos en pagarle, pero renuncia a todos los intentos. Al final, fotos con toda la familia, besos y la promesa de volver a visitarlos.

    Rompiendo más estereotipos, mientras andamos en la difícil tarea de buscar una sombra donde refugiarnos en las horas centrales del día, Admed y Aiman nos adelantan en una moto y tras las preguntas de rigor nos ofrecen la mejor de las sombras donde descansar. Esta pareja de ingenieros agrícolas nos llevan a la finca donde trabajan y nos muestran las diferentes plantaciones: naranjos, mandarinos, granados, incluso frondosos árboles de mango en mitad de este árido desierto.
    ¡Cómo no, cargaremos en las alforjas fruta para un par de jornadas!



   Los días discurren sin muchos contratiempos y cuando el sol empieza a descender, sólo nos resta la sencilla tarea de buscar un lugar donde pasar la noche. Lo único destacable es que si durante el día pedaleamos a unos agradables ventitantos grados, al ponerse el sol la temperatura cae bruscamente en el desierto. Tocará sacar todo el fondo de armario para abrigarnos.


    Las mañanas no son menos frescas y despertamos con siete u ocho grados. Pero en esta parte del planeta, el sol está asegurado y en un par de horas... no necesitamos abrigo.


    Las distancias entre las distintas poblaciones son considerables, por lo que debemos avituallarnos de agua y comida para el largo camino.



    Y por escasos servicios que ofrezcan los pueblos que atravesamos, lo que no falta en ninguno, es un lugar donde tomar un té y disfrutar viendo cómo los locales se pasan la vida fumando la shisha, o en interminables partidas de dominó.



    Jornada a jornada vamos atravesando diferentes tonalidades de roca y arena, conformando lo que llaman desierto negro y desierto blanco.


    Lo que no difiere mucho es el espectáculo al ponerse el sol. A pesar de tener luna llena, ésta no resta protagonismo al millón de estrellas que la acompañan.

    Después de un par de jornadas desde Farafra de puro desierto, llegamos a Ghard Marwhub donde nos habían asegurado encontraríamos un hotel. Cuando paramos a preguntar por el inexistente alojamiento, Nur y Mibares no dudan un segundo y nos invitan a sus casas.


    La cercana población de Qars, cuenta con una ciudadela medieval muy bien conservada y en su mayoría despoblada (parece que ahora lo que se lleva son los horrorosos bloques de los barrios nuevos), por lo que un paseo por sus laberínticas callejuelas será de lo más relajante.

 








    Al igual que Qars, Balat también conserva en perfecto estado la ciudad antigua, pero a diferencia de la primera, ésta cuenta con algunos moradores.



    Después de una semana pedaleando sin aire o con éste a favor, saliendo de Mut el viento sopla fuertemente en contra. Ahora, las interminables rectas toman el calificativo de infinitas. Además, tenemos por delante un par de largas jornadas hasta el siguiente oasis. Por suerte, este inhabitado lugar cuenta con algunos retenes de ambulancieros cada cierta distancia y en uno de ellos nos ofrecerán una merecida ducha y una sala donde pasar la noche.


    Alguno podría imaginarse un oasis como ese lugar idílico de palmeras y dunas, pero salvo excepciones, éstos no son más que una polvorienta localidad sin demasiado encanto. Por eso, cuando después de recorrer la última veintena de kilómetros antes de entrar en Kharga, (siendo éstos un continuo vertedero a la espera que las dunas hagan desaparecer tanta basura), no podemos menos que sonreír al leer el cartel de bienvenida:
    - Wellcome to Kharga. A clean and beautifull city.


    Para más inri, al entrar en la localidad... el rutinario control de policía.
    Si hasta ahora éstos habían consistido en preguntarnos nuestro nombre y nacionalidad,  cuya respuesta siempre venía acompañada de su admiración por equipos de balonpié que según ellos disfrutamos en España. Ahora con un mayor celo profesional... nuevas preguntas:
    - ¿en qué hotel tienen reserva?
    - ¿cual es su número de teléfono?...
    Normalmente el interrogatorio no debiera de pasar de ahí, pero algo les inquieta.
    - Wait a moment!!!
    Los segundos se convierten en minutos y aburridos de esperar, preguntamos:
    - Any problems???
    Parece ser que el oficial de mayor rango opina que sin un hotel al que dirigirse y sin teléfono móvil, este par de despistados ciclista no llegará a buen puerto, e insiste en acompañarnos al hotel.
    - Noooo....
    Escoltados por un coche oficial con cinco policías a bordo nos persiguen por media ciudad. Tras infructuosos intentos por despistarlos, encontramos un hotelillo que parece ajustarse a nuestro presupuesto. Pero para mi sorpresa, uno de ellos me acompaña en la inspección de la habitación. Compruebo el colchón... comprueba el colchón. Miro si hay agua en el baño... mira si hay agua en el baño.
    - Are you going to sleep with me??? - Pregunto.
    Sonríe.
    Por mi parte, no sé si reír o llorar, pero el cansancio me impide mandarlo a freír espárragos.
    Tras comprobar que este par de turistas están a buen recaudo, la patrulla desaparece.



    Dos jornadas de fuerte viento en contra hace que nos planteemos el seguir pedaleando los 280 kilómetros de inhóspito desierto que nos separan de Luxor. Además no queremos forzar la maquina. Aurora lleva varios días arrastrando molestias detrás de la rodilla, que le ha derivado a un sospechoso dolor en el talón. Por lo que decidimos parar algún vehículo y dar un salto hasta Luxor.



Luxor


    Luxor podría ser una ciudad perfecta si no fuera por la cantidad de persistentes buscavidas que deambulan por ella. Y según nos cuentan, este acoso no debe ser nada comparado con los tiempos de bonanza turística. Cuando logramos zafarnos de uno, otro le toma el relevo de inmediato.
    - Where´re you front????
    - Taxi????
    - One ride in calessa????
    - In falua by de Nile????
    - Do you want.... ????????????????????




    Aún así, disfrutamos de cuatro jornadas de "descanso"  y nos acercamos a los principales templos y demás restos arqueológicos del lugar. A falta de las oleadas de turistas que recibía la zona hasta hace cuatro años, ahora, éste se suple con la visita de centenares de escolares locales.



    Durante nuestra estancia en Luxor, finalizo la lectura de "El sueño de los faraones", donde el autor Nacho Ares ambienta la novela sobre Egipto y la antigua Tebas, por lo que resulta curioso caminar por los parajes que se describen en el libro.




    Si algo de positivo (al menos para nosotros) ha traído la desaparición del turismo en la zona, es que los precios de algunas actividades hasta ahora prohibidas para nuestros bolsillos también han descendido. Por lo que nos damos un pequeño lujo y sobrevolamos de esta manera tan relajante la parte oeste de Luxor.


El alto Egipto.




    Hasta hace pocos años la carretera que unía las ciudades de Luxor y Aswan, era intransitable para los extranjeros que no viajaran en convoy escoltado por policía. Por suerte las cosas han cambiado y ahora se puede recorrer libremente en bicicleta. Pero en este tramo de poco más de doscientos kilómetros conocemos la peor cara de Egipto.
    Todo parece prometer unas agradables etapas acompañando el gran río: terreno fácil, temperaturas agradables, verdes campos de cultivo... Pero toda esa tranquilidad se acaba cuando los habitantes de esta región se despiertan.

    Desconozco si el agua con la que elaboran el té contiene sustancias psicotrópicas; si el sol en estas latitudes afecta de manera diferente; quizás cierta consanguinidad... Pero a medida que el sol alcanza su cenit, los habitantes de esta región empiezan a excitarse hasta rozar la locura. Entonces sufrimos a : conductores aferrados al claxon de su auto atronando nuestros oídos; niños histéricos a la salida del colegio; adolescentes a los mandos de motocarros jugando a "averquienpasamáscercadeesabicicleta"; pedradas con certera puntería; precios multiplicados por diez....


    ¡Cuánto echamos de menos, aquellas tranquilas jornadas de desierto y sus afables gentes!


 Aswan.


    A pesar de llegar cansados a la ciudad más meridional de Egipto, la impresión al llegar pedaleando por la corniche del Nilo, es inmejorable. Numerosas islas de granito confieren un paisaje espectacular y relajante a este tramo de río.
    Pero una vez más, la misma pesadilla. Imposible pasear sin ser abordados por decenas de incansables buscavidas.


 

 
    Cinco jornadas por Aswan mientras tramitamos la visa de Sudán, intentando descansar y reponer energía suficiente para disfrutar del siguiente país.


    Abu Simbel.

    Durante años, la única manera de cruzar a Sudán desde Aswan era tomando el abarrotado ferry semanal, que navegando a través del lago Nasser se dirigía hasta Wadi Halfa. (vease crónica de Gerard)
    Parece ser, que la reciente construcción de una carretera en el lado sudanés, permite ahora una ruta por tierra, pudiendo visitar de paso los templos de Abu Simbel.
    Cada día, a las tres de la "mañana" parte un convoy de vehículos rumbo a Abu Simbel. No queremos madrugar y menos ir en rebaño, pero nuestro intento de llegar pedaleando se ve truncado a la primera de cambio.
    ¡No se permite atravesar la primera presa de Aswan en bicicleta!
    Optamos por un plan "b" y tomamos un bus público que se dirige a la población homónima a los templos y llegamos a ésta a la hora que los turistas abandonan el lugar. Toda una suerte, pues disfrutamos de los templos para nosotros solos.


    El chico de la cafetería donde pasamos noche, nos comenta que en los buenos tiempos visitaban los templos unas diez mil personas al día. Ahora, tan sólo un centenar se acercan a visitarlo. 
    Nuestro anfitrión también nos informa de la existencia de un ferry del gobierno que cada mañana cruza el Nasser. De esta manera, en poco más de una hora desembarcamos en la otra orilla y entramos pedaleando en Sudán.



   ¡Vivan los nubios!

    Nunca he entendido el significado de las fronteras. Líneas imaginarias que dividen regiones, pueblos, culturas... Y más en Africa donde éstas se trazaron con tiralíneas.
    Pero lo que nos sorprende al cruzar la línea que separa ambos países, son los cambios tan drásticos que notamos (por suerte, a mejor). Tan sólo años atrás, al cruzar de India a Nepal habíamos experimentado algo parecido.
    ¿podrán realmente las fronteras separar tantas diferencias? Parece como si la gigantesca presa de Aswan retuviera algo más que millones y millones de metros cúbicos de agua, y contuviera a su vez paz y tranquilidad.


    En 1964 miles de nubios se vieron obligados a abandonar las tierras que llevaban habitando durante siglos. La construcción de la segunda presa de Aswan y el posterior embalsamiento del Nilo, anegó sus tierras de cultivo para siempre.

    Por ello, desde que salimos de Wadi Halfa rodamos por un terreno desértico y desolado, hasta que aguas arriba del embalse las riberas se vuelven fértiles y retorna la vida.


    Arribamos a la pequeña población de Abri con la intención de pasar la noche, pero la simpatía de sus habitantes y la tranquilidad que se respira hace que alarguemos la estancia.





    Ante el temor de que la amabilidad de los habitantes de esta aldea nos atrape para siempre...  decidimos seguir rumbo en bicicleta.





    Una carretera en perfecto estado corre paralela a un centenar de metros del Nilo. Ésta resultaría monótona y aburrida si no nos saliéramos de ella para visitar algunas aldeas.




    En ocasiones, el árido paisaje o nuestro atrofiado cerebro nos juega malas pasadas y lo que de lejos parece un refrescante lago... se convierte en negro asfalto una vez que llegas a él.


    En otras ocasiones, también desaparece el pueblo que buscamos según nos indica nuestro mapa. Pero ésto nos trae agradables consecuencias. Tras desistir en llegar a Kerma, decidimos pernoctar bajo los porches de una pequeña mezquita local. Pero a Mohamed el lugar no le parece apropiado para las frías noches sudanesas e insiste que vayamos a casa de su segunda mujer. Mohamed es profesor del Corán en el cercano pueblo de Argo y tras el sabroso desayuno nos invita a visitar el colegio.

    Un caluroso recibimiento por parte de alumnos y profesores y tras redesayunar con ellos, volvemos a la ruta.






    Nos despedimos del año en la ciudad de Dongola y con la entrada del nuevo año cogemos de nuevo la bici y seguimos hacia el Sur.


    Al-Khandaq.


    El fuerte viento de espaldas nos lleva en volandas hasta el bello pueblo de Al-Khandaq. Esta pequeña aldea atesora un interesante pasado como lo atestiguan los innumerables restos históricos. Pero también, con una hermosa ribera del Nilo donde se congregan gentes del pueblo y de las aldeas cercanas. Y el motivo de reunión es la celebración del día de la independencia, que coincidiendo con el año nuevo y víspera del día del profeta Mohamed, ofrece a los sudaneses cuatro jornadas festivas.
    Al igual que en otras partes del país, muchos habitantes de esta zona han emigrado a Khartum en busca de trabajo, pero estos días vuelven a visitar sus pueblos y sus familias. Además son días de festejos y celebración.



    De la mano de nuestros improvisados "guías" Alfat y Haimat, recorremos cada rincón de la parte histórica. Allá donde vamos nos tratan como huéspedes de honor. Nos invitan a comer en la comida de confraternidad, disfrutamos de la fiesta de la independencia entre gritos de elogios a Sudán y a Alá, incluso nos obligan a subir al estrado y decir unas palabras de nuestra visión del país.





    Mientras tanto a nuestros oídos llegan alegres ritmos provenientes de la música que emana de unos enormes altavoces. Y alrededor de éstos, danzan gentes cuyos rasgos no habíamos visto hasta ahora.
    Desde que cruzamos la frontera habíamos apreciado cierto oscurecimiento en el tono de la piel de los habitantes del norte de Sudán. Pero por lo que comprobamos al ver a esta gente, la escala cromática es mucho más extensa.




    Provenientes del Oeste y del Sur (ahora independiente) de Sudán, estos "africanos" hace tiempo se establecieron en la región. Pero viven en cierta manera aislados del resto de población árabe y nubia, manteniendo su cultura. Distinto tono de piel, pero también ropas más coloridas. Y a diferencia, por ejemplo con el resto de mujeres que habíamos coincidido hasta ahora, a éstas les encantan las fotografías y una tras otra insisten en posar delante de la cámara.
    Y yo no me haré mucho de rogar!!!


    Y aunque accedemos a tomar el micro y hablar en público en la fiesta; a tomar decenas de té o cientos de fotografías... nos negamos rotundamente a sus proposiciones de bailar. Y no es por ganas, pues el ritmo pegadizo y alegre nos hace mover involuntariamente los pies. Es el miedo a hacer el ridículo viendo como desde los niños más pequeños, hasta las abuelas se mueven al ritmo de la música. Definitivamente, para bailar así hay que nacer de nuevo y hacerlo con la piel bien negra!!!

    Incluso cuando se acaba la "verbena", la fiesta continúa a ritmo de tambores y cacerolas.



    En Al-Khataq conocemos también a la profesora Intisar Sogharyroun, que junto con Jatuma será nuestra anfitriona y nos hablará de la historia de la ciudad y del país.



 
    La gran curva del Nilo.




    Durante siglos, el camello fue el principal medio de transporte para los habitantes del desierto y aunque a día de hoy se siguen recorriendo las ancestrales rutas de las caravanas de camellos, el fin de éstos animales no es el de transportar pesadas cargas, si no que ahora recorren las mismas rutas para acabar ellos mismos en las carnicerías del norte del Nilo.
    Hoy en día el burro es más popular que los desgarbados camellos.
    También los nómadas, contagiados por las prisas se han pasado a otros medios de transporte.


    Desde Luxor venimos acompañando al río más largo de Africa en una larguísima recta hacia el Sur, pero trescientos kilómetros antes de la capital, éste caprichosamente prefiere dar un rodeo, describiendo lo que se conoce "la gran curva del Nilo".
    Tratando de tomar el camino más corto hacia Khartum, nos despedimos por unos días del río y rodaremos por una perfecta linea asfaltada que atraviesa el desierto de Bayuda.




    Pero en este tramo de la ruta conocemos la parte menos idílica del desierto. Y es que cuando a través de estos inhóspitos parajes soplan fuertes vientos se crea una nueva capa en la atmósfera terrestre: la arenosfera.
    El azul celeste se torna amarillo y una nube de polvo de arena flota a varios metros, reservando los granos más pesados para acariciarnos nuestras piernas. El negro asfalto desaparece y cada vez que nos adelanta un vehículo nos regala una desagradable ducha de arena que exfolia nuestras pantorrillas.



    ¡ Y es que nadie dijo que la vida en el desierto fuera fácil !




    A diferencia de otros ciclistas que realizaron esta ruta en otras fechas o en sentido contrario (léase crónica de Nico "la venganza del dictador"), a nosotros el fortísimo viento nos sopla de espaldas y en un par de maratonianas etapas nos presentamos en Khartum.
 


    Khartum.

 
    Llegamos a la capital la víspera del día de reyes y qué mejor regalo que una buena ducha y unos días de descanso.



    Seguramente para muchos extranjeros que aterrizaran en Khartum, esta megaurbe de nueve millones de habitantes le parecería una ciudad caótica y sucia. Pero a nosotros, después de unas cuantas semanas sin demasiadas comodidades, el solo hecho de encontrar una ducha caliente (la primera del país), un mullido colchón y cierta variedad gastronómica (aburridos del omnipresente full), hace que la capital nos parezca un pequeño paraíso.


    Disfrutamos además, de unas temperaturas inusuales incluso para las fechas en que nos encontramos. Hasta estas calurosas latitudes llega un coletazo de una intensa ola de frío que está golpeando Oriente Medio. Cuando en el restaurante sirio al que solemos ir a comer, vemos en la televisión sobrecogedoras imágenes de los campos de refugiados sirios bajo una intensa nevada, no podemos dejar de pensar con tristeza el sufrimiento de estas maravillosas gentes en su interminable guerra.
    Y a diferencia de gran parte de los países de Europa, Sudán ha abierto sus puertas a más de doscientos mil desplazados sirios. Esperamos que éstos tengan la oportunidad de volver pronto a sus hogares.


    Desde Khartum nos acercamos en autobús a visitar las pirámides de Meroe en Bagrawiya, antes de que la arena del desierto se encargue de borrar los vestigios de un brillante pasado. Y es que hace más de cuatro mil años, el poderoso reino de Kush conoció una época de máximo esplendor. Más tarde, sucesivas invasiones de diferentes imperios acabaron para siempre con el reinado de los faraones negros. De aquel periodo todavía quedan algunos restos salpicados por el desierto.





    Sudán podría parecer monótono e insustancial para el visitante, pues carece de grandes atractivos turísticos que justifiquen recorrer el país. Pero ésto puede suponer un error, puesto que el verdadero encanto de éste reside en sus gentes. Y coincidiendo con la opinión de otros viajeros, Sudán es junto con Siria e Irán uno de los países más hospitalarios y amigables del mundo.
 
    Shu-kran Sudán.





    Península del Sinaí.


    Desde Khartum tomamos un avión y en un par de horas "desandamos" lo que nos llevó semanas de pedaleo y a mediados de enero regresamos de nuevo a El Cairo. Nos restan quince días antes de regresar a casa por lo que decidimos visitar la Península del Sinaí.
    Tomamos de nuevo un bus para salir de la Capital y sin tan siquiera bajarnos de éste, comprobamos lo que será una constante en este pedazo de tierra entre Africa y Asia. Controles y controles militares y de policía. En algunos de ellos debemos bajar todos los pasajeros y tras alinearse junto con el equipaje de cada uno, serán los perros los encargados de rastrear y cerciorarse que no llevamos nada prohibido.
    En Abu Rudeis retomamos de nuevo la ruta y en apenas cuarenta kilómetros de bicicleta, un nuevo control.
    - Where´re you going?
    - To St. Catherine.
    - Impossible, the road is closed.
    - Ehhh??? Why???
    - This area is very dangerous!!!
    Intentamos persuadir al oficial de mayor rango que queremos visitar el monasterio y el monte Sinaí, pero nos dice que la única forma de hacerlo es rodear toda la península y hacer más de 400 kilómetros cuando apenas nos quedan 80 para nuestro destino. Además debemos continuar escoltados y en convoy, por lo que nos imposibilita continuar en bicicleta. Por suerte aparece nuestro ángel de la guarda que nos invita a subir las bicis en su ranchera y en compañía de Giovanni (un italiano que trabaja en la zona) llegamos a la turística Sharhn el Sheik.
    Habíamos escuchado todo tipo de calificativos para referirse a este megacentro de veraneo, pero avisados como estamos, éstos se quedan cortos para describir lo que vemos: hoteles y resorts con arcos de seguridad a su entrada; policías armados a la entrada de las playas; discotecas; aquaparks; alcohol; precios en libras esterlinas; carteles en cirílico... todo un parque temático de ocio y desenfreno en un país tan tradicional como Egipto.
    Dos días serán más que suficientes para sentirnos fuera de lugar y sin demora hacemos las alforjas y escapamos del lugar.


    Elegimos una ruta que pegada a la costa atraviesa el espacio protegido de los manglares de Nabq. Tras kilómetros y kilómetros de urbanizaciones, por fin entramos en el parque natural y respiramos tranquilos. Pero para nuestra desgracia, el sinsentido atraviesa los límites de este espacio protegido donde está permitido la entrada a buggies y quads para divertirse junto a los manglares con el juego más absurdo jamás inventado, el paintball.



    Un abandonado centro de visitantes nos protege de los huracanados vientos que se levantan al atardecer y acompañados de disecados representantes de la fauna local y de trajes típicos beduinos que se menean cual fantasmas con el aire que se cuela por las ventanas rotas, pasamos una ajetreada noche.



    Al día siguiente llegamos a Dahab, pero debido a lo complicado que resulta pedalear por las carreteras del Sinaí, decidimos poner fin a la ruta en bicicleta y disfrutar los últimos días de sol y playa.


3 comentarios:

  1. Shu-kran Aurora eta Ruben, kronika eta argazki eder hauek erakusteagatik. Beti plazer bat da zuen eskutik mundu txoko ezberdinak ezagutzea!!

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  2. Cuanto te queda por aprender....pero no vas mal, no vas mal.

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  3. Cuanto tiempo os tomó desde el Cairo a jartum?

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